La cantidad de sangre fluyendo a través del tejido cerebral determina la extensión del efecto de protección. Los niños pequeños, y particularmente los recién nacidos, tienen cerebros más pequeños, con menor flujo sanguíneo, y pueden ser más susceptibles de beneficiarse con el uso de una unidad de enfriamiento alrededor de la cabeza. Pero para otros pacientes, afirma Yablonskiy, se necesita una alternativa diferente. El frío retrasa la velocidad de las reacciones químicas, retardando potencialmente las reacciones que causan lesiones permanentes en pacientes que han sufrido derrame cerebral u otros traumatismos dentro de la cabeza. Los intentos de crear este efecto en animales fueron lo bastante satisfactorios como para que se acometieran esfuerzos destinados a adaptar este enfoque para iniciar ensayos clínicos en humanos. "El problema ha sido que desconocemos cuál es la temperatura exacta del cerebro humano, y no hay ninguna manera de medirla excepto con la cirugía, caso este último en el cual la temperatura registrada en el cerebro intervenido no es igual a la temperatura existente en un cerebro intacto", explica Yablonskiy. Los investigadores dedujeron que el pelo, la piel, el hueso y el líquido cerebroespinal que rodean el cerebro no pueden impedir substancialmente la penetración del frío, pero los enormes volúmenes de sangre que atraviesan el cerebro son mucho más resistentes. Aunque el cerebro tiene sólo un dos por ciento de la masa del cuerpo, utiliza un 20 por ciento del ingreso total de oxígeno, que es transportado sólo por el flujo de sangre. Sus experimentos han probado la teoría. |